ENTREVISTAS POST MORTEM: J. R. R. Tolkien

La fantasía es, como muchas otras cosas, un derecho legítimo de todo ser humano, pues a través de ella se halla una completa libertad y satisfacción.

J. R. R. Tolkien

Esta entrevista ha sido muy importante para mí. John Ronald Reuel Tolkien es uno de los primeros autores de fantasía que recuerdo haber leído. Y no comencé con El Hobbit, eso hubiera sido demasiado fácil, directamente me enfrenté sin arco ni espada a El señor de los anillos.

Mi tesssoro…

Creo recordar que tenía trece años la primera vez que lo leí; Círculo de Lectores había publicado la trilogía en un único volumen con páginas del grosor del papel de fumar y se lo pedí a mi madre, que estaba suscrita. Al momento caí en las redes de Tolkien y su Tierra Media. Sí, estáis leyendo bien: al momento. Incluso con uno de los peores principios que he leído. Un prólogo que parece escrito para que te aburras y dejes el libro. Pero a mí me enganchó desde esas primeras páginas en la que describe la sociedad de los hobbits.

Había visto la adaptación que en 1978 (gran año) hizo Ralph Bakshi, y puesto que había dejado a medias la saga, tenía que leer el libro para ver cómo acababa la aventura de Frodo y el anillo único.
Por eso cuando v me propusieron esta entrevista, mis ojos se salieron de las órbitas y solo pude balbucear un «sí, por supuesto».
Ahora bien, ¿cómo me iba a poner en contacto con el señor Tolkien? Ya que ni el espiritismo ni el viaje en el tiempo dieron su fruto, solo me quedaba un sitio donde buscar: las Tierras Imperecederas.
Tras varias horas de vuelo y otras tantas de viaje en coche, llegué a una posada llamada El pony desbocado. Allí, en una mesa solitaria, acompañado por una pinta de cerveza Cebadilla Mantecona y una larga pipa humeante, me esperaba mi contacto. Su nombre era Bartos, y era un montaraz del norte que en ocasiones ejercía de guía por los caminos escarpados de la montaña.
A la mañana siguiente emprendimos el viaje al lomo de dos magníficos caballos, negros como el corazón de Sauron. El sendero era sinuoso y con grandes desniveles, y si no hubiera sido por nuestros corceles, el camino se habría hecho eterno y agotador. Solo hicimos una parada para comer una especie de pan de cereales sin miga envuelto en unas hojas que me ayudó a recuperar las fuerzas. Antes del ocaso, por fin llegamos a nuestro destino: los Puertos Grises.

Un navío blanco se mecía en las aguas. En el muelle me recibió Cirdan, el Guardián de las Naves, un anciano muy alto, de barba gris y de ojos sabios. Le habían advertido de mi visita. «Es la primera vez que un viajero tiene un billete de ida y vuelta. Eres un hombre muy afortunado», me dijo. Yo asentí, embriagado ante el viaje inesperado en el que me iba a aventurar.
Subí a bordo; y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris. Y la nave se internó en la Alta Mar rumbo al Oeste. Pasaron dos días, hasta que por fin en una noche de lluvia sentí en el aire una fragancia y oí cantos que llegaban sobre las aguas. Me pareció que la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante mí aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer.
Había llegado a las Tierras Imperecederas.

Un comité de bienvenida formado por elfos de belleza inmortal me esperaba para acompañarme a la aldea. Nunca podré trasmitir la maravilla que me rodeaba a cada paso en ese paraíso. Cuando llegamos, me condujeron a las puertas de una vivienda sencilla. En el jardín de la entrada, bajo un frondoso árbol, un hombre de aspecto afable me esperaba. Se presentó como John Ronald Reuel Tolkien, me acompañó al interior de su hogar y me hizo sitio en la mesa donde estaban sentados alguno de sus amigos en esas tierras. Reconocí a varios artistas de renombre que eligieron partir a estas tierras de ensueño tiempo ha. No diré ningún nombre, pero uno de ellos era un trovador al que me lo imaginaba más viviendo en Marte, ya que había sido siempre un hombre de las estrellas. Pregunté al señor Tolkien por su reverso satírico, el escritor que siempre cubría la cabeza con un sombrero de ala ancha y gustaba de los magos inútiles y bárbaros que deberían de estar en un geriátrico. Me respondió que se veían en ocasiones, pero que el del sombrero había preferido pasar la eternidad en el Mundodisco en compañía de sus creaciones y teniendo charlas filosóficas con la Muerte.
Me sirvieron un gran desayuno, que se convirtió en comida, y gocé de una agradable conversación con todos ellos que se quedará grabada a fuego en lo más profundo de mi memoria. Después de tan opulenta ingesta regada con vino élfico, el señor Tolkien me condujo a la biblioteca de su hogar. Allí, con una copa de miruvor para que nos calentara los corazones y una pipa de hierba de la Comarca que nos endulzase el alma, comenzamos la entrevista.

SAMIR DABIAN: Señor Tolkien. ¿Le importaría darnos unos breves retazos de su infancia?
J. R. R. TOLKIEN: Nací en Bloemfontein (Sudáfrica) el 3 de enero de 1892. Cuando tenía tres años, mi madre nos llevó a mí y a mi hermano de vacaciones a Inglaterra, mientras que mi padre se quedó en Sudáfrica donde cogió unas fiebres y falleció en 1896.

S.D.: Lo siento. ¿Y qué hizo su madre?
J.R.R.T.: Alquiló una casa en Sharehole Mill, Birmingham, donde ella misma se ocupó de nuestra instrucción, además de sumergirnos en la literatura de mano de libros de cuentos. A mí me gustaron Alicia en el país de las Maravillas y las leyendas del Rey Arturo, pero sobre todo los cuentos de hadas de Andrew Lang. Fueron cuatro años maravillosos.

S.D.: ¿Cuatro años?
J.R.R.T.: Sí. Al convertirse a la fe católica en 1900, mi madre fue rechazada por la familia de mi padre y por la suya propia. Tuvimos que mudarnos a una casa en el suburbio de Moseley, en Birmingham.
Allí comencé a asistir a la King Edward’s School, donde un grupo de amigos formamos el Tea Club and Barrovian Society (TCBS); nos reuníamos para tomar el té después de clase y recitarnos los poemas que creábamos para someterlos a la crítica de los demás miembros.

»Cuatro años después, mi madre falleció de un coma diabético y nos acogió mi tía Beatrice Suffield.

Huérfano de padre y madre con solo doce años, en esa época Tolkien descubrió los poemas de Beowulf y Sir Gawain y el Caballero Verde, y comenzó a inventar lenguajes privados infantiles, que serían la semilla de las complejas lenguas de la Tierra Media.

S.D.: ¿Su tía Beatrice ejerció de tutora?
J.R.R.T.: No, mi madre, antes de morir, designó al padre Francis Xavier Morgan, un sacerdote de ascendencia española del Oratorio de Birmingham. Él se dio cuenta que mi hermano y yo no éramos felices con nuestra tía, y en 1908 nos buscó alojamiento en casa de la señora Faulkner. Allí conocí a Edith Bratt y nos enamoramos. Pero el padre Francis nos prohibió vernos hasta que yo cumpliese los veintiún años. Yo había ganado por entonces una beca para estudiar en Oxford, así que me trasladé allí y me sumergí en el estudio de las lenguas antiguas.

S.D.: De ese estudio surgió el primer personaje de la Tierra Media, Eärendil el Marinero.
J.R.R.T.:
En efecto. De una copla del poema Crist de Cynewulf: «Salve Earendel, el más brillante de los ángeles, enviado a los hombres sobre la tierra media».

S.D.: ¿Cuándo por fin cumplió los veintiuno, se casó con Edith Bratt?
J.R.R.T.:
Nos reencontramos y nos fuimos a vivir a Warwick, con su espectacular castillo y sus hermosos paisajes, pero no pudimos casarnos entonces: era 1914 y la guerra estaba ya próxima. Antes terminé los estudios e ingresé en el cuerpo de Fusileros de Lancashire. Después de la instrucción, y antes de embarcar para Francia, nos casamos.

S.D.: ¿Cómo le afectó la guerra?
J.R.R.T.:
Solo estuve siete meses. En noviembre de 1916 regresé a Inglaterra enfermo de «fiebre de las trincheras». En el frente fallecieron prácticamente todos los miembros del TCBS. En su memoria comencé a escribir El Libro de los Cuentos Perdidos. Después del armisticio, en el 18, Edith, mi hijo John Francis y yo volvimos a Oxford donde nacieron mis otros tres hijos. Allí disfrutaba inventando, escribiendo y dibujando historias, sobre todo para divertir a los niños. Además, obtuve la cátedra de anglosajón en la Universidad de Oxford.

S.D.: Durante esos años conoció a C. S. Lewis, el que después sería el autor de la saga Las crónicas de Narnia.
J.R.R.T.: Sí. Lewis fue un gran apoyo en cuanto a la creación de laTierra Media, ya que me oía sin parar recitándole mi novela, al igual que hacían con otras obras; él me alentó siempre a que terminara mi obra. Juntos formamos los Inklings, una evolución del TCBS, pero en Oxford.

Los Inklings. Incluido C. S. Lewis.

S.D.: ¿Cómo creó El Hobbit?
J.R.R.T.: Comencé antes de 1930. En un principio era solo un cuento para leer a mis hijos más pequeños antes de dormir, ni siquiera lo acabé. Pero llegó a manos de una editorial que me pidió que lo terminase para publicarlo. Fue un éxito inmediato, por lo que les presenté algunas de las historias que había escrito…

S.D.: Lo que ahora conocemos como El Silmarillion.
J.R.R.T.: En efecto. Pero a la editorial no le gustó. Me pidieron más sobre los hobbits.

S.D.:  Y allí nació El señor de los anillos.
J.R.R.T.:
Tardé diecinueve años en acabarlo, recuerdo que al final llegué literalmente a llorar. Pero luego, por supuesto, hubo una impresionante cantidad de revisiones. Mecanografié la obra entera dos veces, y muchas veces por partes, en la cama o en un ático. Por supuesto, no podía pagar un tipeado. También hay algunos errores terribles de gramática, que, viniendo de un Profesor de Lengua y Literatura Inglesas, son bastantes sorprendentes.

El sorprendido fui yo por su comentario. ¿J. R. R. Tolkien no podía permitirse pagar un corrector?

S.D.: ¿Le sorprendió el alcance del éxito de la saga del anillo?
J.R.R.T.: Nunca me lo imaginé. Llegó a ser incluso molesto. Estaban los fans que cruzaban el océano para llamar a la puerta de mi casa, o los que llamaban a las 3 de la mañana para preguntar cuál era el pretérito imperfecto del verbo lanta, o si los Balrogs tenían alas…

S.D.: ¿Para la creación de la Tierra media se basó en algún paisaje en particular?
J.R.R.T.:
Su geografía fue pensada para corresponder con la misma de nuestra Tierra; por ejemplo, la Comarca es muy similar a Warwick o Mordor a las regiones áridas de Turquía y Oriente Medio.

S.D.: Las razas que usted creó, al igual que el sentido de la épica de su fantasía, han sido la base para infinidad de escritores posteriores. ¿Desde el principio tuvo la intención de que algunas razas representaran ciertos principios? Como los Elfos la sabiduría, los Enanos la habilidad, los Hombres el buen gobierno y la batalla, etc.
J.R.R.T.:
No tuve la intención, pero cuando uno tiene estos pueblos entre manos tiene que hacerlos distintos, ¿no? Bueno, por supuesto, todos sabemos que sólo podemos trabajar con la humanidad, es la única arcilla que tenemos. A todos nos gustaría tener mayores poderes para el arte y quisiéramos un tiempo más largo, si no indefinido, para seguir conociendo más y creando más. Por lo tanto, los Elfos son en cierto sentido inmortales. Los Enanos, por supuesto, son de un modo bastante obvio… ¿no diría usted que les recuerda a los judíos? Sus palabras son obviamente semíticas, construidas para que fueran semíticas. Los Hobbits son sólo gente inglesa rústica, hecha de corta estatura porque eso refleja (en general) el corto alcance de su imaginación; no el corto alcance de su coraje y su poder latente.

S.D.: Muchos lectores vemos entre las líneas de El señor de los anillos una crítica a la Revolución Industrial, ¿tenemos razón?
J.R.R.T.: Sí. Me horrorizaba la manera en la que la Revolución Industrial había acabado con la vida tradicional del campo inglés, y la había sustituido por ciudades grises, envueltas en el humo de las industrias. Birmingham, por ejemplo, fue una de las ciudades que más creció gracias a la industria textil, y no es raro encontrar ese disgusto ante el dominio de las fábricas y su destrucción del campo en pasajes como el momento en el que Saruman acaba con el bosque alrededor de Isengard para construir su ejército y unirse a Sauron.

Esto vamos a dejar tras nuestro paso, un solar.

Tolkien era ya un ecologista nato en su época. No quise contarle cómo la industrialización casi estaba acabando con el planeta en la actualidad y cómo a los gobiernos les preocupaba la economía más que la salud pública. No quería deprimirle.

S.D.: Por último, solo quería darle las gracias en nombre de todos los lectores de fantasía por haberle dado al género una pátina de alta literatura y epicidad. Gracias a usted, sobre todo, el género salió del pulp de escritores como Robert E. Howard y alcanzó cotas literarias de grandes escritores modernos.
J.R.R.T.:
Muchas gracias, pero tal y como no hay que desmerecer ningún género, como el de «espada y brujería» de Howard, tampoco hay que pensar que las novelas dirigidas al gran público son menos literatura que Shakespeare. Todas tienen su función y su público.

Di por finalizada la entrevista. El sol hacía tiempo que se había ocultado tras las colinas de aquella tierra de ensueño. El resto de la velada se consumió entre jarras de hidromiel y pipas de un olor dulzón que elevaban el espíritu al son de la música que nos interpretaba el hombre de las estrellas.
A la mañana siguiente, con pesar en el corazón, emprendí mi regreso hacia la Tierra del Hombre.

Sin nada más que contar, me despido hasta la próxima entrevista.

Si os ha gustado la entrevista, compartidla en vuestras redes sociales. Al menos hasta que un heredero de Tolkien me denuncie por usurpación de identidad.

Nota: Este artículo se publicó originariamente en el blog del Grupo LLEC


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