Segundo número de la serie y como pueden comprobar ni siquiera la banda más grande del metal se libró de tener un título vapuleado por la crítica y el público. El octavo disco de Metallica, St. Anger (2003) llegó en un periodo incierto para la banda. Para algunos fue un fracaso anunciado. ¿De verdad fue para tanto?
Como mencionamos en el podcast de esta casa, Historias detrás del pentágrama, Metallica era a inicios de los 90 la banda más famosa del metal, con cuatro discos de estudio a sus espaldas, pero les faltaba lo más importante: entrar en el circulo del mainstream. El tema One, de su cuarta placa, …and Justice for All (1988) contó con un vídeo que se visualizó en las principales cadenas de televisión, no así en las radios. Los más de siete minutos de duración del tema dificultaban mucho su escucha. Para el nuevo disco de estudio, el que los acabaría lanzando al estrellato mediático, decidieron contratar con el afamado productor Bob Rock. Al parecer Lars Ulrich quedó impresionado con el sonido del (entonces) último trabajo de Mötley Crüe, Dr. Feelgood (1989).
Como se demuestra en el documental sobre la grabación del Black Album (1991) las sesiones de grabación distaron mucho de ser idílicas. Hay que que tener en cuenta que los de San Francisco estaban poco acostumbrados a que les dijeran lo que tenían que hacer. No se trataba solo de bajar el minutaje de duración de los temas, sino de concebir unos riffs que fueran más accesibles para las radios. Aunque ahora son todo elogios para el mencionado álbum hubo muchos fans que los tacharon de «vendidos». El quinto trabajo de estudio fue uno de los primeros discos en ser grabado enteramente en digital, con importantes novedades en el sonido de la batería, concediendo un mayor protagonismo al bajo. En el antes mencionado podcast se cuenta la controversia que hubo con el trabajo del 88, por la deliberada bajada de volumen del sonido del bajo de Newsted. El resultado final de la colaboración de Bob Rock con Metallica es de sobra conocido por todos. El álbum homónimo, vendió más de veinte millones de copias. Temas como Enter Sadman o The Unforgiven o la power balada Nothing Else Matters fueron carne de cañón de las radios.
Bob Rock repitió en las labores de productor para Load (1996) y ReLoad (1997), en el que la controversia vino dada, más que por el nuevo enfoque musical (con una clara orientación hacia el hard rock en detrimento del trash metal) por la nueva imagen del grupo. No solo se trataba de que se cortaran la melena, sino que también se pintaban los ojos. Del «vendidos» de su anterior trabajo de estudio se pasó a apelativos aún menos cariñosos. Este mismo trabajo, dividido en dos volúmenes, no vendió tanto como su predecesor, pero llevó a Metallica a las mayores cotas de popularidad. En cuanto a la recepción de los nuevos temas y su comunión con los grandes clásicos de la banda fue positivo, visto el resultado que se desprende de su directo Cunning Stuns (1998).
En 1999, con Bob Rock de nuevo en las labores de producción editan S&M, el famoso directo con la Orquesta Sinfónica de San Francisco, dirigida por Michael Kamer. Un año antes había sido publicado Garage Inc (1998), que sería a la postre el último trabajo de estudio que grabaría Jason Newsted. La salida de este se produjo debido a que Hetfield y Ulrich no veían con buenos ojos que el bajista estuviera involucrado en proyectos paralelos. Con el paso del tiempo se ha sabido que nunca se integró al 100%, pese a haber sido un sustituto excepcional del malogrado Cliff Burton.
Con todo esto Metallica llegaba al nuevo milenio lleno de incertidumbre para grabar el octavo disco de estudio. Este sería el último trabajo de estudio producido por Bob Rock. En mi humilde opinión este es el último trabajo en el que la formación de San Francisco intentó hacer algo distinto, pero pocos estaban preparados para lo que iban a escuchar en los más de setenta minutos de duración. St. Anger abre con Frantic, uno de los temas más salvajes de la banda, un auténtico vendaval de semicorcheas a piñón fijo, que se repiten hasta la saciedad en permutaciones de notas y silencios. Lo primero que te desentona del nuevo sonido, y de toda la placa, es el sonido de la caja de Ulrich. Insufrible para un servidor. Pero lo que más te va a llamar la atención de estos nuevos Metallica es de la ausencia (deliberada) de cualquier solo de guitarra. Todos los temas son injustificadamente largos, lo que los hacía poco propicios para las radiofórmulas. No hay contrastes, apenas puedes distinguir un corte de otro.
La mayor parte de la crítica vino por el lado de que la banda se había pasado al Nu Metal, precisamente en un periodo en el que ese género musical estaba ya de vuelta. El público también dictó sentencia, al no pasar por caja con el mismo entusiasmo. La prensa los acusó de falta de creatividad, aunque temas como Unnamed Feeling se empeñen en dictar lo contrario. Aunque Robert Trujillo aparezca mencionado en los créditos, y se le pueda ver en los vídeos promocionales, no participó de forma activa en la grabación de los once cortes, siendo el propio Bob Rock el encargado de la grabación del bajo eléctrico. Puede que del resultado final de St. Anger, muchos fans acogieran tan bien el Death Magnetic (2008), producido por Rick Rubin, con el que Metallica volvió a sonar como antaño, aunque en términos de creatividad ande a la par de su predecesor. Si algo ha quedado evidenciado en sus directos de este nuevo milenio es que St. Anger parece haber quedado para el ostracismo, siendo sus temas ninguneados por los mismos que los concibieron.
Hasta aquí esta segunda entrega de los discos de Rock más vilipendiados por la crítica y/o público. El próximo número veremos un clásico del género: la del disco vapuñeado antes de su concepción. Y es que a algunas bandas no les está permitido la licencia de cambiar de vocalista.