
SANTA NAVIDAD por Ibán Velázquez
Lo recuerdo claramente como si hubiera sucedido ayer, aunque han pasado varios años. Hacía frío, demasiado cuando me levanté a beber agua aquella noche. Lo que más deseaba era acurrucarme de nuevo junto a mi marido, sin embargo, algo llamó mi atención y fue cuando la Navidad se transformó para todos los habitantes del Polo Norte.
La imagen de mi alfombra preferida destrozada fue el comienzo.
Santa, santa, sí que tengo que ser para aguantar a tanto elfo y reno campando a sus anchas por toda la ciudad. Unos meses al año de decoraciones navideñas y gritos, luces y fiestas están bien, pero doce meses… es pasarse.
Se lo digo cada Navidad a mi esposo, pero no hay manera; disfruta viendo sus caras felices y su ilusión. De lo que no se entera es de las borracheras que se pillan los elfos… Claro, él se pasa las horas en la fábrica y de aquí para allá. Los olores también son un problema: los renos no son muy de utilizar los cuartos de baño, creo que me explico. Uuuf, quién me mandaría casarme, con lo bien que estaba yo en mi tierra natal. Aquí, además, con este frío, se le hielan a una hasta las ideas y, encima, le destrozan sus alfombras.
La vestimenta en fechas claves tampoco es que me agrade demasiado, con tanto rojo tomate y blanco, nada de transparencias o de escotes… ¿Cómo va a sentirse femenina o sexi una mujer con semejantes sacos? Y luego están las miraditas: los elfos del Ártico son pequeños, sí, pero no están exentos de deseo. A veces, siento que hay ojos siguiéndome hasta cuando duermo en mi alcoba. No tengo privacidad, pero es la letra pequeña de ser la esposa del dueño de todo el lugar…
Ya hace cerca de doscientos años que estoy con Nikolaus. La longevidad es una ventaja, eso no puedo negarlo, pero a costa de tener una vida social excesivamente… no sé, ¿restringida?
Soy la administradora de los regalos: listas kilométricas que debemos comprobar una y otra vez. Mi esposo pone la imagen, pero yo soy la cabeza pensante. Qué niño se merece un regalo, cuál se merece dos y cuál un trocito de carbón es todo un dilema. Alguien tiene que ocuparse, a pesar de que mi esposo se pase esas listas por el forro de la tela de sus pantalones, ya me entendéis…
Hay que preparárselo todo: los mapas, los lugares y los tiempos. Las últimas dos semanas del año son agotadoras. Él se dedica a promover el espíritu de la Navidad y a dejarse ver por todas partes, a camuflarse en la masa y asegurarse de que esta época no se corrompa y sirva como guía para la ilusión y la magia, mientras que yo me la paso encerrada con más de tres mil elfos, algunos muy salidos, otros muy borrachos, otros que no quieren cuidar a los renos y otros que estropean más juguetes de los que crean. Yo lo organizo todo en sacos, y me toca prender en cada uno sus direcciones y seleccionar los regalos que deberán ir para cada niño del planeta. ¡No está pagado, os lo aseguro!
Aquel diciembre comenzó como cualquier otro, con mi marido tocando su gran barriga y proponiéndose bajar de peso. Yo sabía que no lo iba a conseguir sin ayuda, pero él es feliz así, para qué intentar convencerlo de otra cosa. Estaba en el comedor viendo el programa de los Tele Elfos y me sonrió. Le guiñé un ojo y le dije: «Sí, cariño».
Soltó una carcajada.
Su risa es una de sus grandes virtudes. Me enamoré de su bondad, de la felicidad que desprende. Cuando se me ocurrió la idea para cambiar esas Navidades y nuestra relación, quería que algo de todo aquello fuera mío, me sentía amargada. Quedaba poco del romance de los primeros días, ya casi ni recordaba cómo había sido mi vida anterior. No he conseguido ser más feliz, aunque he sido capaz de sacarle una sonrisa cargada de «sigue, por favor» y «no pares» al jefe siempre que me lo he propuesto; una tiene sus habilidades. Aunque el trabajo no deja espacio ni tiempo para no serlo, tampoco creo haberme vuelto más bondadosa.
Ese uno de diciembre me puse de rodillas e insté a su cuerpo a que acabará derrengado en el sofá, con la cabeza ladeada y babeante, dormido como un bebé. Fue en ese momento, al levantarme y mirar alrededor, mientras escuchaba sus ronquidos, cuando toda mi vida presionó sobre mi pecho, me costó respirar. Me faltaba algo aparte de una alfombra. Ya no soportaba igual los ronquidos de mi marido, ya no me atraía el espíritu navideño de la misma forma ni quedarme sola y, en ocasiones, caliente, cada veinticinco de diciembre, a pesar de que el resto del año tampoco es que fuera una fiesta continua. Ya no soportaba tantas cosas…, me sentía tan vacía que pensé que era hora de hacer un cambio. Necesitaba ser algo más que la mujer del hombre más mágico del planeta. Necesitaba sentirme diferente y una idea se expandió hasta ocupar, sin excepción, todo mi pensamiento.
Planeé todo e inicié los preparativos durante todo ese mes. Tuve que coquetear con Rodolfo el reno y guiñarles un ojo, más de una vez, a los elfos fiesteros; sonsacarles un par de contraseñas a los vigilantes del trineo y acabar con media docena de elfos, que creían que iban a montarse una gran orgía con la mujer del jefe, encerrados en una cámara frigorífica. Seguro que eso les enfrió algo las ideas; faltos estaban, en más de un aspecto.
El día veintitrés le hice el amor a mi marido tantas veces seguidas que no pudo levantarse de la cama hasta el mediodía del veinticuatro, el gran día.
Todo estaba preparado.
Ahí fue cuando adulteré su comida.
A las diez de la noche, Santa estaba sin poder moverse, dormido de forma tan profunda que ni una estampida de pingüinos gigantes lo habría despertado. Está claro que no quise que sufriera mal alguno, solo que terminara sin fuerzas ni energías para poder cruzar el espacio-tiempo y salvar su Navidad. Ese año no iba a ser como otros. Yo, la mujer de Santa Claus, haría que fuera una inolvidable: iba a robarla para mí.
El traje rojo con transparencias fue idea de Rodolfo, creo que le gustaba la idea de tenerme cerca toda una noche así vestida. El escote fue cosa mía. Aunque no me agradaba demasiado llevar el gorro rojo y blanco, no iba a ser tan mala como para romper esa tradición.
Ese año se acabaron los turrones, las galletas y todos los excesos que mi marido comía hasta la saciedad. En cada casa, los niños llenaban sus calcetines de caramelos y dejaban tartas y comida especial solo para él. Ese año me iba a ocupar yo de que adelgazara de verdad, para eso era su mujer.
Subir al trineo ante la mirada atónita de todo el Ártico fue grandioso: por fin una mujer ocupaba el lugar que le correspondía, me lo había ganado.
Los renos no parecían muy contentos con el cambio al principio, pero les gustaron mis caricias y el tono amable y suave con que les pedí que, por favor, me llevarán alrededor del mundo. Acabaron obedeciéndome.
Cuando el trineo despegó sentí miedo, sobre todo al ver cómo la ciudad empequeñecía hasta parecer, cada edificio, un mero juguete que podría aferrar con mis dedos.
El viento era helado, tal vez demasiado para mi cutis cuidado y la ropa ligera que llevaba puesta. A pesar de la congelación de mi culo, tetas y manos no quise rendirme.
—Vamos, Rodolfo —dije. Y los renos emprendieron nuestro gran viaje.
Volé camino a la gloria. La Navidad ya era mía.
Ese veinticinco de diciembre cada niño tuvo lo que se había merecido, incluido el carbón, a espuertas, que tuve que repartir. Mi marido era un blando: regalaba juguetes por igual a casi todos los niños, lo cual no era justo. Yo acabé con eso.
Llevé regalos a cada ciudad del planeta y aún me sobró tiempo para observar la salida del sol desde lo alto de la Alhambra de Granada, un lugar precioso.
Ese año, Nikolaus adelgazó ocho kilos; yo engordé cuatro.
Ya no quise volver a suplantar el puesto de mi hombre, a pesar de su insistencia.
Al descubrir lo que había pasado, se sintió sorprendido, sobre todo al observar mi eficacia. Me planteó la idea de que alternáramos los papeles cada año, pero tengo que pensar bien si es buena idea. Me gusta estar calentita en el hogar y esperar con un picardías en la cama a mi Santa. Él no me esperaría con cara de pícaro, se quedaría dormido…
Ese año Nikolaus solo hizo un regalo. Lloré al ver la alfombra nueva que me regaló envuelta con mimo. El elfo que la destrozó se sintió tan culpable que lo confesó todo y, entre los dos, idearon la sorpresa. Lo quiero.
Feliz Navidad a todos y… sed buenos, no como yo.
VACACIONES POST-NAVIDEÑAS por Ibán Velázquez
Relato ganador de la parte 2 del Reto Navidad Underground 2022
26 de diciembre de 2023
Mi nombre es Goody, puede que me recordéis, suelo provocar esa reacción. Los que sin duda no pueden olvidarme son los ojos de los salidos elfos que vislumbraron mi ropa interior al sobrevolarlos, con una faldita navideña, el gran día. ¡Quién me mandaría!
Los cinco que acabaron en una cámara frigorífica no parecen haber entendido que necesitaban un ambiente… menos cálido y una ducha de agua fría. Ahora todos tienen demasiado tiempo libre.
Mi marido no se ha enfadado porque lo hubiera suplantado esta Navidad, creo que incluso lo ha agradecido. Yo, sobre todo, al agarrar ese culo prieto y soportar a mi hombre encima con algunos kilos menos, sí que lo he hecho. Parece como si se hubiera despertado de nuevo la colegiala de hormonas alborotadas que llevaba tiempo sin ser: no le dejo parar al pobre. ¡Él, claro, encantado! Y más ahora que está de vacaciones; sin embargo, yo me como todos los marrones… ¡vale!, y alguna que otra cosa más…
Hay que recoger toda la fábrica, coordinar la limpieza de las calles, apuntar a los renos a campamentos post-Navidad y concertar citas de elfos con el departamento de PSICOLOGÍA GRINCH, algunos no asimilan bien el cambio de año.
No se me olvide que hay que encargar las materias primas para la fabricación de juguetes del año que entra y redactar interminables listas de tareas que he de comunicar a grupos reducidos de elfos, que realizan escaneos abrepersianas de mi cuerpo (de arriba a abajo), me guiñan el ojo, se sientan con las piernas abiertas y una mano en… ya sabéis. ¡Por Morlyhondo!, ¡Lo que calzan algunos, qué calor!
¡Qué regresen las elfas pronto al ártico, por favor! Estas las trago menos y sus miradas son más incómodas, aunque… ¡qué descanso cuando llegan!
La filosofía Grinch ha calado en ellas desde que yo estoy por aquí, parece.
¡Qué envidiosas las tontas estas de medio metro!
Cada Navidad se van a algún lugar paradisiaco a distanciarse del trabajo de sus parejas. Lo que no saben sus maridos es la ropa interior de encaje que encargan antes de marcharse.
¡Yo no voy a ser quien lo difunda!
9 de enero de 2023
Nunca imaginé que pudiera necesitar tanto el calor de la playa, solo el ruido de fondo ya hace que me relaje y me duerma en la toalla, cerca de la orilla, mientras Nikolaus juega como un niño con las olas. Le encanta acariciar su barba blanca, es todo un icono en el mientras, los elfos la idolatran como parte esencial de ser Santa Claus, ¡menuda bobada!
¡Qué bien le sientan las vacaciones! Ahora, lejos de casa, puedo cometer la herejía que he tenido ganas llevar a cabo desde hace doscientos años. Ya tengo todo preparado. La emboscada ha salido bien. El primer paso era alejar a mi Nikolaus de tanta fiesta, alegría y falsedad. Y sobre todo del férreo control de la comunidad mágica. ¿Os había dicho que no soporto a las elfas? Si ellas vuelven, nosotros nos vamos. ¡Cómo miran a mi esposo!, hasta alguna se pasea sin ropa interior debajo, contoneando la cintura cerca de mi osito y hablándole con una voz baja y sensual y encima se le marca todo, y cuando digo todo, es todo. ¡Descarada copiota!
Así que como quien manda soy yo: nos hemos ido. Lo malo es que es una isla desierta, aunque de vez en cuando se atisban veleros o excursionistas mazados. Lástima que no sea lo habitual, no me vendría mal una fiesta en un yate. Hay muchas experiencias que me he perdido en los años que llevo de casada. Lo bueno, podemos estar todo el día en la playa completamente desnudos. ¡Cómo recobra la alegría Nikolaus al verme con el gorro navideño y todo el cuerpo rasurado! Hablando de eso… ¡No se lo espera!
Las tijeras las tengo en la maleta; las maquinillas de afeitar, en mi bolso.
Esta noche va a ser otra de esas que no va a olvidar el ártico, ya es hora de que nos renovemos y que les den a tanta costumbre tonta.
Convencí a Nikolaus de que esa noche no durmiéramos a la intemperie, a él le gusta dormirse observando las estrellas y lo que las tapa cuando me subo encima. Le prometí que iba a taparle la visión del techo de la cabaña de la misma forma y en diferentes posturas, esa fue la clave.
Necesitaba una cama y, aparte, que la puñetera arena no se metiera en todas las partes de mi cuerpo por un rato. Quería ducharme y sentirme mujer después del subidón de suplantar a mi esposo el día de Nochebuena. El contraste del ambiente cálido y la ducha de agua fría, cosas de la magia de mi esposo, fue refrescante. Nos había traído a la isla Rodolfo el Reno, el cual no molestaba mucho esos días, ya que le acompañaba Clarice, una rena con la que llevaba coqueteando desde la Navidad anterior. ¿Quién era yo para impedir que se divirtiera?
Mi marido no debía despertarse, así que antes de sacar las tijeras y ponerlas sobre la mesa humedecí una gasa con cloroformo y tapé su boca hasta que tuve claro que no iba a ser un problema.
Saqué las cuchillas de afeitar, eran varias, junto al resto de material y lo preparé en una mesa de madera de roble, donde afilé las tijeras.
A lo lejos escuché el mugido de los dos renos, el amor; el sonido de la playa, el canto de los pájaros flautistas y el de los colibrís esmeraldas. Era una noche especial.
No necesité desnudar a mi Santa, era lo bueno de estar en aquella isla, tampoco tuve que preocuparme de espías que me interrumpieran, por lo que mis manos se pusieron en acción. Acaricié la piel de mi oso preferido y comencé.
¡Qué sorpresa se iban a llevar todos!
20 de enero de 2023
Llegamos al ártico hace dos días. No puedo contener una sonrisa maliciosa al recordar la cara de pasmo que se les quedó a los elfos de la estación RENOTRINEO. Aterrizamos con sigilo, sin avisar de nuestra llegada. El trineo raspó la superficie metálica de aterrizaje, deslizándose sin ruido y Rodolfo y Clarice se posaron con suavidad sobre ella. Yo abrazaba a Nikolaus, el cual tenía un enorme chupetón en su cuello. Por primera vez en la historia del ártico, el cuello de Santa Claus era perceptible a simple vista.
En la pista estaban trabajando cerca de doce elfos que, sorprendidos, se acercaron a nosotros. Algunos chillaron y otros salieron huyendo mientras chillaban: «¡Herejía, herejía!
En cuestión de horas todo el ártico estaba congregado a la puerta de nuestra casa. Vitoreaban el nombre de Nikolaus unos pocos, el resto abucheaban. Yo sabía que no iban a irse hasta que salieramos al balcón y saludaramos. La noticia había corrido como lo hace un águila al avistar su presa, pero pocos eran los que la creían.
Los vítores y abucheos cesaron. Noté como las respiraciones se contenían mientras la silueta de mi marido cruzaba el umbral del balcón.
Los gritos y los desmayos fueron contados por cientos en el siguiente programa de TELE ELFOS.
El ártico no está preparado para tener a un Santa Claus imberbe, al igual que los seres terrestres no están para los cambios, aun así… solo se puede sobrevivir a ellos.
El ártico no será ya lo mismo, al igual que la Navidad. Mi esposo ha rejuvenecido casi veinte años entre su pérdida de peso y su cuerpo completamente depilado. A los elfos les costará acostumbrarse a la falta de su pancha y de su barba, sin embargo, lo harán.
Entre ambos hemos decidido nuevos cambios. Cada Navidad, en vez de un Santa habrá dos. Compartiremos la responsabilidad entre ambos.
Y, por supuesto, haremos el amor en lo alto de la Alhambra viendo el amanecer al terminar cada Noche Buena.
Antes de irme, felicitadme, estoy embarazada de dos meses.
¡Feliz año nuevo, gentes del mundo!

Relatos de Ibán Velázquez para Grupo Cultura Underground. Todos los derechos reservados por el autor.
Imagen extraída de internet (autoría desconocida). Si quiere reclamar la autoría, puede hacerlo en grupo.cultura.underground@gmail.com

Entrevista a Ibán Velázquez
Por Salvador Alba Márquez
Salvador: Muy buenas Ibán, antes que nada, tengo que felicitarte por ser el ganador de la segunda parte del retoNavidadUnderground2022, enhorabuena.
Ibán: Muchas gracias, Salva. Un placer estar aquí contigo. No me esperaba ya este premio.
S: Para empezar, me gustaría que nos hablaras un poco de ti ¿Quién es Ibán Velázquez?
I: Pues es un niño grande que se sigue emocionando al descubrir cosas nuevas y al que le encanta imaginar mundos, sensaciones y situaciones que cobran vida en su cabeza y cuya única solución es escribir para que no se apoderen de él. Soy un físico, un profesor, soy padre y esposo y sobre todo soy un escritor.
S: ¿Cómo surgió tu pasión por la escritura?
I: Desde siempre he quedado absorto imaginando otras realidades y la escritura es la manera en la que todo eso consigo sacarlo fuera. Desde pequeño he necesitado esa válvula de escape, aunque he tardado demasiados años en tomármelo más en serio. Ya en el instituto hice un relato, que he perdido, que ganó un segundo premio, creo que ahí ya sabía que la escritura se había convertido en un gran amante que nunca me ha abandonado.
S: Como profesor que eres, ¿cuál crees que es la mejor herramienta para aprender y mejorar en la escritura.
I: Creo que a todo se aprende dedicándose a ello, buscando momentos para expresar lo que sientes, para ser creativo y probar y fallar. Así mejoramos en casi todo, con el ensayo y error. Hay que leer mucho, hay que escribir mucho y un gran consejo que me ha costado seguir es el de empezar a escribir relatos, estos te ayudan a crear tramas que empiezan y terminan, te ayuda a crear escenas y a juguetear con muchos modos de abordar los textos sin que te lleve demasiado tiempo.
S: Escribes muchos relatos y me consta que los trabajas mucho ¿Cuál es el método qué sigues? Explícanoslo un poco.
I: El método ha ido cambiando. Cuando escribo ni yo mismo sé a dónde va a ir la historia, disfruto descubriéndola a medida que la escribo y la siento junto a los personajes. Eso es lo que me hace disfrutar de la escritura, sin embargo, en relatos más complejo intento ya hacer un pequeño esquema con un inicio, desarrollo y final, que no siempre sigo pero que me ayuda a centrar mucho más el relato. Cuando lo termino, lo imprimo y leyendo hago una revisión en busca de incongruencias, escenas que no ayudan al desarrollo de la trama, descripciones o frases confusas e incoherencias varias. Añado comentarios sobre que elementos debería cambiar, el orden de algunos párrafos, elementos a añadir, como modificar algunas escenas para que el relato cuadre como un todo. Cuando termino, lo modifico en el ordenador y lo vuelvo a imprimir y hago otra lectura donde ya busco más una corrección de estilo. Frases confusas, repeticiones, etc. En un tercer borrador ya miro cambiar palabras que significan muchas cosas, intento ser más preciso y añadir algo de literatura a párrafos que lo necesiten y otros toques y ya con esto paso el texto a mi correctora, que se dedica a quitar cosas graves que se me hayan pasado, me hace sugerencias y agrega muchas sugerencias de cambios para mejorar el ritmo y la legibilidad. En una segunda y tercera revisión ya se centra en otros detalles hasta que ella considera que ha quedado perfecto. La revisión se hace online y ella puede comentarme y yo a ella sobre partes del texto. Aunque le suelo aceptar las correcciones en ocasiones considero no hacerlo. Y ya con esto, relatos que no estaban muy centrados al principio quedan, en mi opinión mucho mejores.
S: En tu antología de relatos Fuegos Fatuos tienes relatos muy interesantes, muchos llenos de significado. Sin hacer spoilers al lector, ¿cuál es el que más tiene de ti y cuál te gusta más?
I: Sin duda, el primero: Federico, un Velázquez de Castro es un relato precioso y al mismo tiempo muy intenso y triste. Es la vida y muerte de mi padre contada en página y media. Aún hoy en día no puedo leerla entera en voz alta sin que me salten las lágrimas. El libro está dedicado a él. Todos tienen algo de mí y a la vez poco. Tal vez el de Naufragio sea uno de los que más tiene de mí, de mi forma de ver la escritura. El de Alicia y las paredes comparte algunas cosas de mi vida, ya que la casa donde las paredes cobran vida es mi propia casa, al escribirlo casi podía ver cada escena ocurrir en artes diferentes de mi hogar.
S: Siguiendo el tema de los relatos, ¿qué género es tu preferido a la hora de escribir? ¿Tienes alguno que no escribirías o que te cueste demasiado?
I: Pensaba que era el género de Fantasía, aunque fantasía pura no he llegado a escribir mucho, soy más de escribir realismo mágico o fantasía urbana. Lo hago de tal forma que mi género se acerca mucho a la forma de escribir terror de grandes como Stephen King o Dean R. Koonz. Siempre he pensado que me costaría escribir novela histórica o de romance, pero la verdad es que he abordado esos géneros en muchos relatos de la nueva antología que está ahora en la “cocina”. Así que ya no sé si hay algún género que no abordaría. Tal vez, es curioso que el que más me ha costado abordar, aunque tengo buenos relatos sobre ello es el género de la ciencia ficción. En Fuegos Fatuos, antología de lo Increíble hay mucha variedad de relatos, sin embargo, para los lectores suelen destacar mucho los de terror.
S: Sabemos que eres un gran lector, ¿podrías decirnos tus libros favoritos? tanto indies como de editorial tradicional.
I: Pues libros Indies he leído pocos pero puedo hablar de CoVID de Singrafista Singrafeas o los dos que ha publicado Jesús Locampos: Las chicas del licor de hierbas e Historia íntima de dos disparos, que aunque no es autor Indie ha publicado como yo en una editorial pequeña. Mis libros favoritos de editorial tradicional pasan por todos los de Brandon Sanderson, un autor que me cautiva e inspira, hasta libros como Madame Bovary, sin embargo desde pequeño mi libro favorito han sido dos: Víctimas, de Dean R. Koonz y Vampiros de la mente, un libro genal que sorprende a pesar de su título.
S: ¿Podrías contarnos algo sobre tus próximos proyectos?
I: Pues tengo un cuento ilustrado llamado La leyenda de la sirena, el viaje de Andrés, que está traducido a varios idiomas que pretendo sacar pronto, una antología de relatos denominada Auroras Boreales, la magia de las letras, que continuará la tradición de Fuegos Fatuos con relatos mucho más complejos y abordando géneros variados y pronfundos. Luego hay también otros proyecto llamado Criaturas, el principio del fin: una antología de relatos de criaturas mitológicas y de leyenda de diferentes partes del mundo, incluida España, que se interrelacionarán entre sí para formar una novela, estará ilustrada cada criatura con una entrada a modo de bestiario. Un gran proyecto que lleva tiempo gestándose. Luego está también en proyecto un calendario literario, me están ilustrando cada mes en función de unos versos que unidos crean una especie de juego de tronos donde las estaciones son los reyes que vienen a destronar y conquistar el año.
S: Ha sido un placer charlar contigo y conocerte un poco más. Gracias por estar en el Grupo Cultura Underground.
I: Es todo un placer poder compartir estos momentos con vosotros. Un abrazo a todos y ya sabéis, si no tenéis una lectura a mano, Fuegos Fatuos estará encantado de conoceros y entreteneros.
SOBRE EL AUTOR:

Ibán J. Velázquez es un autor nacido en Valencia, que ha pasado su niñez en Utiel y que ha estudiado Física teórica en la Universidad de Valencia y un grado superior de sistemas informáticos en Toledo. Actualmente está trabajando como docente en un instituto de Toledo y a finales de 2020, en plena pandemia, publicó su primera obra titulada: Fuegos Fatuos, antología de lo Increíble.
Aparte ha sido el director de una revista sobre diseño 3D llamada revista Blenderianos durante cuatro números, ha publicado relatos en los seis tomos de la serie de antologías sobre la mujer llamados Visibiliz-arte, otro relato en la antología solidaria Constelación literaria y otro en la antología Lo que Zaraletras esconde: Verano y una última que está en proceso de maquetación en una que publicará la editorial madrileña Entrelíneas llamada Bala de plata.
Tiene en proceso varios proyectos literarios que en breve serán publicados.
Fuegos Fatuos se puede adquirir en cualquier librería preguntando por la distribuidora AZETA a nivel estatal y CELESA a nivel internacional.
En la web y en la librería física de LIBRERÍA CENTRAL de Zaragoza: https://www.libreriacentral.com/Fuegos-fatuos-9788412292114.libro
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En la web de Célebre Editorial: https://www.celebre.es/home/FUEGOS-FATUOS-p450734045